OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

AL SMITH Y LA BATALLA DEMOCRATA*

 

El partido demócrata norteamericano combate su actual batalla electoral con la energía de sus mejores tiempos. Como ya he tenido oportunidad de recordarlo, su movilización de votantes en 1924 careció de los estímulos y elementos que ahora la favorecen. La presencia del senador La Follette en el campo eleccionario, por una parte, y la descolorida personalidad de Mr. Davis, por otra, impedían al partido demócrata, en esa ocasión, imprimir a su campaña frente al partido republicano, el carácter vigorosamente polémico y antagónico, que ahora le granjea un extenso y activo proselitismo en la opinión liberal, en ese tercer partido latente, potencial, que mientras no ocupe este puesto el socialismo, esperan algunos ver surgir de la conjunción de los elementos no asimilados por los demócratas. Esta vez, ante. la campaña de Al Smith, se habla en este sector liberal, "avancista", de una rehabilitación del Partido Demócrata. La candidatura y la personalidad del Gobernador de Nueva York han tenido la virtud de operar el milagro. 

Este hecho prueba, ante todo, lo absurdo de la hipótesis de que en los Estados Unidos pueda desarrollarse un tercer gran partido que no sea aún, por específicas razones americanas, socialista, revolucionario. Para el diálogo, para la oposición, dentro de la ideología demo-liberal, bastan dos partidos, el republicano y el demócrata. El tercer partido, como partido "progresista", "avancista", sobra, absolutamente. Sólo aleatorias y contingentes corrientes electorales, originadas por un gesto o un tipo de secesión, pueden encender, de tarde en tarde, esta ilusión. Apenas el Partido Demócrata desciende a la arena, con un líder fuerte y un lenguaje beligeran­te, recupera su poder de polarización y absorción de todas las tendencias genéricamente ra­dicales o democráticas. El tercer gran partido se incuba, no en dispersos núcleos o capillas "in-dependientes", sino en una clase, el proletariado, enfeudada aún en su mayoría al oportunismo y al empirismo de la Federación Americana del Trabajo. 

Por ahora, la única función que las circuns­tancias históricas encargan a los imponderables elementos sueltos del tercer partido latente, es la de reintegrarse a la vieja corriente demócra­ta, tan luego como acierta a atraer a su cauce los arroyos colaterales, aptos para conservar su independencia sólo en las épocas de floja y man­sa avenida. La adhesión de estos elementos sirve al veterano Partido Demócrata para recobrar el tono guerrero de los años en que W. J. Bryan, lejano aún de sus días de ancianidad ortodoxa y "trascendentalista", tronaba contra los trusts im­perialistas. 

Y no hay que sorprenderse de que iconoclas­tas habituales como el famoso H. L. Mencken, sostengan con entusiasmo y esperanza la candi­datura de Al Smith, reconociéndolo un liberal de verdad que "ha mantenido como Gobernador del Estado de Nueva York, la libertad de pala­bra, las asambleas libres y todos los demás de­rechos y garantías del Bill de Derechos". El sen­tido práctico, muy anglo-sajón, de estos adver­sarios de la plutocracia republicana, representada por Hoover, aprecia ante todo las posibilida­des concretas de triunfo con que cuenta la can­didatura de Al Smith, que en el caso de derrota constituiría al menos una imponente afirmación demócrata. 

Todos los propugnadores de la candidatura de Al Smith se preocupan, fundamentalmente, de comunicar a sus lectores, su convicción de que, con una intensa y extrema movilización electoral, la chance del gobernador demócrata es muy grande. El análisis de la situación electoral de cada Estado, y en especial de los que, republicanos ordinariamente, pueden dar esta vez su voto al candidato. demócrata, se convierte en la especulación favorita de escritores que ofrecen a Smith una adhesión estrictamente doctrinal, política. 

Las bases electorales de los demócratas se encuentran, como es notorio, en los Estados del Sur. Toda confianza en la victoria de Smith reposa en la convicción de que el Partido Demócrata está seguro del Solid South. He enumerado ya los Estados de cuyo voto depende el resultado final de la lucha. Las razones por las que se atribuye a Smith probabilidades de ganar en estos Estados, son muy variadas e ilustrativas. En Rhode Island, por ejemplo, donde Mr. Davis obtuvo en 1924 el 36 por ciento de los votos, Al Smith dispone de un electorado mucho más numeroso, por ser católica casi la mitad de los votantes. En Nueva York, estado de mayoría republicana, el factor favorable es el ascendiente personal de Smith que debe a su popularidad tres victorias sobre los republicanos. El porcentaje de votos católicos, que es sólo de 27 a 28, juega en Nueva York un rol secundario. En Wisconsin, donde los demócratas únicamente obtuvieron el ocho por ciento de los sufragios en 1924, se asigna a Smith posibilidades de triunfo por la opinión anti-prohibicionista que en este Estado prevalece. 

En el Sur, ciudadela de los demócratas, los republicanos explotarán contra Smith la intransigencia protestante; pero contra Hoover, y por ende a favor de Smith, opera en esos Estados un sentimiento reaccionario: la aversión a los negros. Hoover, según lo constata, precisamen­te, Mencken, ha herido este sentimiento, por no haber mantenido, como Secretario de Comercio, en las Oficinas del Censo, la distinción racial. "En el Sur —dice Mencken— temen y odian a los negros más que al mismo Papa". 

Si Smith sale electo, no deberá su victoria a lo que de liberal hay en su programa y de avan­zado o reformista en su proselitismo, ni aún a sus cualidades de estadista y líder democrático, sino a la complicada interacción de factores tan diversos como el sentimiento de religión o de raza o la opinión respecto a la ley anti-alcóhólica. 

La política internacional que Smith, confor­me a su programa, se propone desenvolver, es de reconciliación con la América Latina. En los propios republicanos no son pocos los que como el senador Borah consideran excesiva y cen­surable la política actuada por Coolidge, carac­terizada por medidas como la intervención en Nicaragua, que tan categóricamente desmiente él presunto pacifismo del pacto Kellogg. Lo más probable, en general, es que al imperialismo yan­qui le convenga actualmente una atenuación sa­gaz de sus métodos en los países latinoamerica­nos. Y, de otro lado, el crédito que puede conce­derse a la capacidad de una administración de­mócrata para no usar sino buenas maneras con estos países, aparece forzosamente muy limitado. El gobierno de los Estados Unidos, como lo probó el de Wilson, tiene que realizar la política internacional que le imponen las necesidades de su economía capitalista. Y, en todo caso, la vic­toria de Smith, como ya hemos visto, no signifi­caría precisamente la victoria de su programa. Y, menos, que de ninguna, la de esta parte —las relaciones con la América Latina— que ocupa un lugar tan secundario en la atención del pue­blo norteamericano.

 


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 28 de Octubre de 1928.